Naturaleza justicialista, de Daniel Santoro
“El problema es si sigue habiendo historia argentina. ¿Sigue habiendo historia argentina? Es decir una cierta historia que se sostiene en un acotamiento a la historia universal”, se preguntaba Horacio González, entrevistado por María Moreno para Página 12, hace mucho tiempo atrás: febrero de 2002.
La pregunta no la deja abierta, la responde, y yo encuentro en este diálogo otra de las miles de evidencias que nos dan, justamente, las historias, desde la primera de todas: una lectura —lectura como idea, no como acto de leer sino como resultado de saber leer y escuchar aún más allá de lo visible y ya resuelto—, entonces una lectura cuando se pronuncia (En el principio era el Verbo) puede pasar desapercibida en su inmediatez (a los suyo vino, los suyos no lo recibieron) pero nada le quita la semilla de mostaza en su interior (no volverá a mí vacía): “Yo creo que tiene que seguir habiéndola, algo inglobalizable que garantiza pensar mejor el mundo entero”, se responde González con el siglo XXI todavía en pañales.
Sin embargo, qué importa el momento exacto de su decir. Listo, lo dijo: disparó la palabra. No importa cuándo porque el que busca un pensamiento emancipador nunca, pero nunca, está buscando recibir respuesta ahí mismo, o la manifestación de ese pensamiento en automático, como acto psicomágico. Sabe que los procesos sociales son largos, imprevisibles, que uno puede sembrar las ideas y preparar el camino pero que recién incluso mucho después de uno en esta Tierra esas ideas florecerán y otros andarán por esos caminos.
González nos deja esta ofrenda emancipadora porque no está pensando en sí mismo ni hablando de él, ni obrando para él, no está vanidoso pensando en recibir una reacción al pie, ni camuflando su inseguridad en la búsqueda de una polémica para validarse con los likes y la idolatría carnicera de lo viral. El tipo está dejando pistas para un futuro desesperado frente a la goma bien visible de lo global que todo lo borra y el scrolleo frenético que todo lo iguala. Del futuro aquel al presente de hoy, otras evidencias: la de los procesos sociales, políticos, culturales, el viaje en el tiempo del lector de riesgo, que puede parecer profeta pero solo está haciendo lo que sabe hacer. Leer. Y leer, como escribir y pensar, es esperar.
Todas las historias, todo lo existente nacido de la creación, no así de la creatividad, tienen algo de inglobalizable. Inglobalizable es aquello que resulta de una fuerza creadora compuesta de elementos territorializados como consecuencia de las historias particulares de cada comunidad, sociedad, nación. Seguir la ruta de ciertas comidas, de ciertos instrumentos, ir al inicio de las músicas y sus contextos, la formación de los clubes de barrio, las fiestas populares, movimientos, etcétera. No es purismo ni es una búsqueda hacia el purismo, es más bien todo lo contrario, es la confirmación sublime de ser resultado de muchas migraciones, exilios, huidas, azares, definiciones, encuentros y desencuentros. Resultados de un millón de serendipias que provocaron culturas, y con ellas, nuevas libertades.
Estamos rodeados de lo inglobalizable, pero lo globalizamos en la manera que lo contamos o que lo ignoramos. A su vez, es lo inglobalizable un superpoder para pensar, construir y ejercer federalismo: no solo contra lo global que todo lo borra, contra las capitales que todo lo apropian, reducen, mediocrizan.
Lo inglobalizable es lo que activa la lectura de la realidad por otros medios, la única espada de luz que logra vencer las literalidades y la producción en serie de contenidos (de todo tipo, desde artículos efímeros hasta libros). La literalidad seriada de esta época que tanto daño provoca, porque solo siembra lo explícito. Lo explícito no puede más que cosechar lo violento en un mundo desigual e injusto como el nuestro, porque es la perpetuación del relato predominante y unilateral. La literalidad es el no relieve, la no fantasía, la no invitación a crear otro mundo mejor. Si decimos que la justicia social va en busca de que tu lugar de nacimiento no te condene, ¿por qué consolidamos esa condena con nuestra manera de leer, pensar, escribir, comprender?
Ah, creo tanto en la idea de salir al encuentro de lo inglobalizable, incluso operando desde lo recontra globalizado. Hip hop, reguetón, rock, tango, cumbia pueden estar globalizados, pero ahí tenés a Kendrick Lamar, Bad Bunny, León Gieco, Troilo, Goyeneche, Lucas Martí y su serie El sonido de lo que nadie quiere ver, Pablito Lescano: por decir solo algunos nombres que con inmediatez se me vienen a la mente y que diagraman un mapa cultural, registran ahí su comunidad o un alcance comunitario, incluso diaspórico, y hacen para ella y desde lo suyo exactamente todo lo opuesto al mandato global, mercantil, seriado. Toni Morrison vivió rechazando propuestas editoriales con historias universales, algunas la habrían salvado económicamente por mil vidas, pero ni siquiera le interesaba escribir (representar realidades, diría ella) sobre la clase media y alta negra. Sin embargo, la leemos todos, nos conmovemos todos, todos podemos pensar con ella y sus escritos. Pienso en Luciano Lamberti y Mariana Enríquez incorporando el terror argentino al género terror, qué decir de Juanele o de Saer, casi explícito.
Creo tanto en lo inglobalizable que solo me sale suspirarle a la Argentina, Latinoamérica y a todo pueblo que lo necesite escuchar que esté listo para mover montañas.
Por supuesto que encontrar lo inglobalizable en la ciudad gentrificada es buscar una aguja en un pajar. Pero lo de González (y de nuevo, todas las historias desde la historia primera) ya nos da la pauta madre: levantar la vista, salir de agujero interior y anclado que es el hoy, entender que no es lo mismo tiempo que época, y que aunque no haya gloria ni laurel, en la lectura y la escritura siempre se puede y debe elegir, y elegir, entonces, que prevalezca la vida en común, que la cosa continúe, que somos responsable de las historias que recibimos. Somos los que hacemos con lo que legamos pero también lo que hacemos con lo que vemos que otros hacen con lo que legamos.
Somos lo que hacemos con nuestras posibilidades que son demasiadas. Tantas que podemos no saber por dónde empezar, y es tan simple como dirigir a conciencia la ramificación de los radares de interés. “Importa qué materias usamos para pensar otras materias, importa qué historias contamos para contar otras historias, importa qué pensamientos piensan pensamientos, importa qué conocimientos conocen conocimientos”, podría ser un rezo pero son unas ideas igual de sagradas de Donna Haraway.
El producto cultural es lo menos importante e interesante, no está ahí su germen emancipador. Se repite que la cultura libera, pero también se cree y promueve que la cultura es tu disco, tu libro, tu obra, etcétera. Es la punta del iceberg. Como en la vida, en las culturas, el proceso, la previa, la cocina, el historial inabarcable al que solo podemos con suerte tocar un angular es todo.
Ese salir al encuentro de algo inglobalizable necesita mucho de cada uno, pero es bueno salirse del voluntarismo performático y dejarse arrasar por la curiosidad. Hay que saber que puede parecer un camino bastante solitario por momentos, y no desesperar. Porque en realidad es el camino de las mayorías del mundo a ambos lados del tiempo, solo que estamos aplastados por el mainstream en todo su haber, en la dimensión instantánea de todas las cosas y sobre todo de nuestra existencia. Porque es su fuerza predominante la que nos llena de desazón: el mainstream es un vampiro, ante todo, y claro, un virus, como todo lenguaje. Recordar esto te cambia tu relación con la información, la música, lectura, la forma de leer, escuchar, usar el celular, de usar todo lo que es tecnología, por supuesto, del uso de las redes sociales e internet.
Recordar al mainstream como el vampiro y virus que es también nos recuerda otro abecé: su predominancia responde a una concentración de poder e intereses, no a ser lo único que existe. Ni a ser lo único certero. El éxito no da la razón. Y hay éxitos, para más, que son garantía justamente de lo opuesto: del no tener razón ni razones, del no tener nada qué decir pero del hablar un montón. Más aún, la historia acusa: es justamente cuando más algo está ocurriendo ahí que (más) tenemos que saber que hay otras cosas por lo bajo, los costados, por arriba. El mainstream es la evidencia viva de todo lo que acontece social, cultural y políticamente en los márgenes. Márgenes que ese mainstream necesita callar, obstaculizar, ridiculizar: restarle valor y verdad. La verdad importa, aunque el relativismo cultural, ese otro mal que también atraviesa ideologías, la haya ubicado en el lugar de la subjetividad.
Tal vez acá queda más claro a lo que se refería Lefebvre con eso de la hegemonía que también es la clase media ilustrada progre respecto a la conversación pública, el tráfico de relatos, las comprensiones que propone, etcétera. Amiri Baraka va un poco más allá y hasta ridiculiza el rol de la conversación pública blanca casi entrando en un diálogo hermoso con Juan José Becerra. Ahí donde el escritor argentino dice “Muchos ‘especialistas’, estúpidos que hablan de un solo tema, hicieron sus pronósticos. Dijeron cualquier cosa, como siempre que se habla del futuro”, el crítico afroestadounidense se pregunta a viva voz “Si [los críticos] se equivocan constantemente, ¿para qué sirven?”. Y se responde: “para confundir”. Algunos lo hacen por gusto, porque son así, nacen así, espantosos, otros por plata, poder y/o statu quo, mercenarios, unos cuantos por vanidad y correr tras el viento, pero también hay muchos dormidos que se suben a todos los bondis y pretendiendo ir contra eso terminan siendo parte fundamental.
Es a nosotros que nos toca la responsabilidad de discernir, buscar la información, el conocimiento, las ideas: abrir la puerta para ir a jugar no con los juegos del amo ni con las reglas que replican sus empleados o esclavos a voluntad. El superpoderoso “rompan el aislamiento” de Walsh hoy apuntaría a romper una endogamia que está totalmente cifrada en cada corpus de fácil y rápido acceso. Si la limosna es grande, desconfiá, y si llegas a una conclusión con un solo click, también.
Si bien internet nunca fue neutra y en ella nada fue nunca gratis, hoy es abiertamente privada y totalitaria. Si alguna vez supo ser un espacio en donde había cosas por nacer, hoy todo lo que está en internet, aun lo recién salido del horno, está vencido. Se manifiesta y se regodea en ese vencimiento. Todo sucede en internet para durar apenas unos segundos. Pero eso impacta de sobremanera en todas las puestas en relación que perseguimos e imaginamos crear, por eso vivimos agotados: internet nos condena a un presente constante (¿qué está pasando?, ¿qué estás sintiendo?, ¡reacciona!), y vivir en un presente constante es literalmente vivir duelando. Porque todo queda reducido al instante, nosotros también, y el instante que pasó ya no volverá: duelo sin después. Esta vida constante en el instante es paredón sin después.
Entonces, rompa el aislamiento: no solo que no todo está en internet (por favor: volver a las bibliotecas, hemerotecas, los archivos, respetar los rangos, que Google no tiene todo pero todos tenemos Google), sino que cada vez hay menos en internet porque todo lo que hay responde a los intereses de las verdaderas minorías: los que concentran las riquezas y el poder del mundo.
Así como lo inglobalizable en la actualidad se nos presenta como una oportunidad renacentista para las soberanías y el ejercicio de pensar, lo ingoogleable, lo que no está en internet, es también importante para provocar nuevas imaginaciones. Solo con nuevas imaginaciones reconciliaremos lo que hay que reconciliar, repararemos lo que hay que reparar, alcanzaremos nuevos encuentros, pero también desencuentros necesarios. Solo con nuevas imaginaciones nos libraremos de la nostalgia infértil de la política de la efeméride y de todo el lastre político, megalómano, sacrificial de lo ajeno, extremista, violento.
“La imaginación es un modo fundamental de pensar, un medio esencial de convertirse en humano y seguir siéndolo. Es una herramienta mental”, escribe Ursula K. Le Guin. “En el mercado, la palabra creatividad ha pasado a designar la generación de ideas aplicables a determinadas estrategias prácticas con el fin de obtener mayores beneficios. Esta reducción semántica ha durado tanto tiempo que la palabra creativo apenas podría degradarse más”, dice y remata con un gesto que podría entrar también como un elogio al no: “Yo ya no la uso más, la dejo en manos de los capitalistas y profesores universitarios para que abusen de ella a voluntad”. Como por cada no hay un sí que se revaloriza, Ursula K. Le Guin proclama: “Pero no pueden quedarse con la imaginación”.
Entre lo inglobalizable y lo ingoogleable, emerge también la esperanza política. Ahí donde todo y todos nos dice que estamos perdidos, romper el aislamiento de la hiperconectividad manipuladísima nos muestra todo lo contrario. No en todos lados arrasan los fascismos y ni siquiera las derechas. Perdieron en lugares claves donde tenían todo listo para festejar, ganaron en otros pero no con las diferencias amplísimas que se suponía. Los países con derecha y ultra en el poder están teniendo presencia multitudinaria en las calles, por cosas puntuales pero también por las dudas, como aviso o recordatorio de esos altos porcentajes de votos que no los eligieron, algunos muy próximos a casi vencerlos. Y también empiezan a pagar los costos y recibir los rebotes de sus discursos y decisiones a niveles internacionales.
No estoy haciendo de esto lo mismo que hizo Gente con su titular “Vamos ganando”, estoy diciendo que pasan otras cosas, que no estamos solos, que no somos tan pocos contra las perversiones y oligarquías del mundo, y que lo peor que podemos hacer es creernos la narrativa de derrotados, de igual manera, creernos la narrativa de que somos los buenos y santos. Es realmente cómodo pero también vanidoso, un supremacismo por otros medios, reducir que todo el mundo es fascista, que está todo perdido, que la gente es mala y una porquería que solo busca su salvación. Como si pedirle sacrificios a los de abajo cuando uno todavía no está del todo en primera línea de emergencia no fuera también pensar solo en la propia salvación. La hipocresía también tiene costos y rebotes.
Una imaginación y esperanza política como fuego que se enciende alto en el cuerpo a cuerpo, entre los cuerpo a cuerpo, en vez de boca en boca, de llama en llama, hasta revelar el don último de lo inglobalizable e ingoogleable: ahí, caliente, luminoso, danzante, reencontrarnos y reconocer que somos exactamente eso que la inteligencia artificial no les puede dar. Digo, somos todo lo que sueñan y se le escapa de su propia capacidad creadora (que no tienen, solo tienen creatividad) a sectores que conocen su propia multitud en imágenes hechas con IA. El fuego encendido de los cuerpos creando nuevas formas de comunidad, lo que la humanidad hace desde el principio de los tiempos, versus la creatividad de la máquina produciendo en serie lo que la supuesta mayoría triunfal e invencible no conoce, no tiene, no logra convocar ni juntar.
“Es realmente preocupante la manera en la que el capitalismo y la crítica al capitalismo nos estupidiza”, dice con énfasis Haraway, “Y nos estupidiza de un modo muy particular: nos hace creer que no hay otra posibilidad en este mundo. El tipo de estupidez que proviene de repetir constantemente la última versión, la más nueva, la más lúcida de las críticas al capital. Lo más estúpido de todo esto es que nos embobamos tanto con el último y brillante análisis del capital que perdemos todo sentido de lo que realmente importa en el mundo”. Haraway advierte que no estamos ofreciendo ninguna alternativa, que no somos seductores en lo más mínimo. Sin seducción y sin credibilidad, somos la perpetuidad monótona, es decir que convivir con nosotros es otro sacrificio a la cuenta. ¿Quién va a querer qué con nosotros?
Así que lo inglobalizable y lo ingoogleable también es urgente, quizás como prioridad, para vivenciar el error y poder recuperarnos, no quedar condenados ahí: secos, falsos, sin mañana. Digo, nada se puede arreglar si no se reconoce la falla. Luego, pero no por menos urgente sino por orden que sí altera el resultado si se lo modifica, volver a tener una visión de lo que realmente importa en el mundo, y acá de nuevo lo inglobalizable e ingoogleable despliegan a toda luz en su potencial: es salir de la estandarización del scrolleo, de la disposición de los medios, viejos y nuevos, con un chimentero haciendo política, uno de política haciendo chimentos, la noticia de policiales en espectáculos, en deporte ya encontramos hasta recetas, el psicólogo que opina de todo, la influences que asesora cómo curarse un cáncer mientras vende una cartera, etcétera. Frente a todo este relativismo general y pesimismo particular, “Lo único que podemos hacer en este mundo es rebelarnos, una insurrección que rechace la parálisis de la crítica que solo repite que el mundo se está acabando porque funciona. Creemos que repitiendo eso estamos aportando un nuevo relato pero lo estamos envenenando, creyendo que somos más inteligentes que el resto con la última versión de nuestra teoría”.
A su vez, muy inteligente no es, porque el mundo siempre está terminando y volviendo a nacer, al menos lo que a nosotros respecta. En otro libro podemos hablar del apocalípsis bíblico, pero acá, carne y hueso, el mundo siempre termina y vuelve nacer. Y siempre hay nuevos órdenes y desórdenes. Más o menos sutiles, pero ese vaivén es la continuidad de la vida, de la historia. No estoy siendo relativista ni optimista, ambos conservadores por excelencia. Por eso me gusta hablar de esperanza política, no esperanza a secas, tan proclive al autoengaño pero también a la pasividad, a la espera. Es la política la que puja ahí, la que carga a esa esperanza de un lenguaje propio que obliga lo inédito: “Un futuro que pudiera ser captado adecuadamente por el lenguaje del presente sería demasiado cómplice del statu quo, por lo que no podría considerarse futuro”, dice Eagleton.
Entonces, necesitamos imaginar los caminos hacia lo desconocido, porque si no los crean los otros. Y esos caminos solo pueden crearse saliéndose de los que estamos andando ahora. Si aún así no llegamos a donde el bien común reine, habremos desordenado la monotonía que nos condena. Y los pocos momentos de desorden social son los que devuelven un sentido de dignidad a todo lo que pasamos, pero también quedarán como mapa a los que vienen después de nosotros, luego de que el mundo nuestro se termina y nazca justo el próximo.
Pero sin embargo, creo tanto en lo inglobalizable y lo ingoogleable, las únicas transgresiones posibles hoy, creo tanto que todavía quedan pensamientos por alcanzar y nuevas formas de leer y escribir, porque las experimento (no digo que lo logro, digo que lo busco, lo intento), que mirá si de carambola lo logramos. Mirá si entonces hasta esa próxima decadencia y lucha que nos toque le decimos a esa montaña movete y se mueve. Venceremos, y vencemos. Hasta la victoria siempre, todas las victorias la victoria.